Laura Edith Islas Yáñez / Directora general, Revista Siniestro
En entrevista, el pintor y conferencista Kike Gutiérrez nos platicó sobre el accidente que sufrió el 15 de abril de 2010, del cual se sigue recuperando con la ayuda de Gino, su esposo, después de más de 12 años.
Tras estar en Cuernavaca con unos amigos y regresar a la Ciudad de México, Kike pasó por su coche a la casa de una amistad, pero algo ocurrió. Nadie supo nada de él hasta el día siguiente, cuando lo encontraron en un cuarto de máquinas, donde había fusibles y medidores de agua, y lo llevaron en ambulancia al Hospital Médica Sur. Hasta la fecha se desconoce qué sucedió, pero para él y su familia lo más importante fue concentrarse en su salud y recuperación.
Debido a que presentaba varios golpes y un trauma craneoencefálico por el cual le extirparon una parte importante del cráneo y estuvo en coma. Cuando despertó, no podía ni caminar ni hablar. Luego, al volverle a colocar el fragmento extirpado, para que la presión craneal regresara y todo volviera a funcionar correctamente, se produjo una infección que atacó su cerebro, lo que le provocó meningitis y lo dejó en estado vegetativo.
Durante ese tiempo, podía abrir los ojos, moverse, emitir ciertos sonidos y realizar algunas actividades básicas, pero sin ser consciente. Cabe mencionar que, cuando este estado se prolonga por seis meses, se considera que la persona afectada entra en un estado vegetativo persistente, del cual es muy complicado salir. Kike estuvo un año así, por lo que el Centro de Neurología lo dio de baja, pues parecía que no se podría hacer nada más por él. Así que su familia lo llevó a casa.
Sus seres queridos lo estimulaban con música, televisión y conversaciones, como si no estuviera inconsciente, y comenzaron a notar un leve grado de consciencia en él. La constancia y el deseo de vivir lograron el milagro, pues un día nuestro entrevistado empezó a sonreír cuando le ponían a Yuri, su cantante favorita, y a reír cuando escuchaba a Laura Bozzo pronunciar su famosísima frase: “Que pase el desgraciado”.
Por ello, se recomendó que Kike fuera sometido a un estudio JFK para medir su nivel de consciencia. Como no pasó la prueba, no había esperanza de que el Centro de Neurología lo admitiera de nuevo; sin embargo, los resultados positivos de un estudio de deglución, cuyo propósito era revisar su capacidad de tragar alimento, fueron la excusa perfecta para volver a dicho lugar, donde los doctores le enseñaron a comer con la boca, pues hasta ese momento era alimentado por una sonda, y notaron que estaba entrando en una etapa de consciencia mínima.
Por fortuna, nuestro entrevistado contaba con un buen respaldo. Un año antes del siniestro relatado, había comenzado a tener algunos malestares estomacales y, como su pareja pensó en una apendicitis y le sugirió ir al hospital, descubrió que el seguro de la escuela solo cubría siniestros que se presentaran dentro de sus instalaciones, lo que era como no tener ninguna protección. Así que, por influencia de su pareja y familiares, quienes consideran que tener una póliza de gastos médicos es tan primordial en la vida como la casa y el alimento, decidió contratar su póliza.
Gracias a esto, el costo monetario del siniestro no fue tan difícil de sobrellevar. Aunque una enfermedad o un accidente siempre complica las cosas y llega a ser tanto devastador como agotador para el afectado y para quienes no solo lo ven pasar por cirugías o terapías, sino también deben tomar las decisiones importantes, hablar con los doctores y estar al pendiente de las pólizas, el seguro hace que esta exhausta situación se aligere un poco. Kike agradece que Lupita, su agente, los ha ayudado y acompañado a lo largo de este proceso, desde el primer día.
Este siniestro ha sido muy caro, pero gracias al apoyo del seguro y la familia, nuestro entrevistado ha podido recuperarse lo suficiente como para seguir con su vida. En estos 12 años, la aseguradora pagó 35 millones de pesos, dos de ellos en los primeros dos meses del siniestro, y la familia ha cubierto 2 millones de pesos por conceptos que no cubría la póliza, como el costo del anestesiólogo o los honorarios de algún cirujano, lo cual no es demasiado en comparación con lo que pudo haberle costado.
Debido a su experiencia, Kike concluye: “La cultura del seguro debe propagarse. Damos por sentado lo que se nos da de forma automática, sin pensar que podríamos perderlo y que un seguro hace la diferencia. Nadie se ha ido a la bancarrota por pagar una póliza, pero muchas familias perdieron sus bienes por no tener una”.
