Carlos Zamudio Sosa / Claims Manager, México Claims and Risk Management czamudio@mexicoclaims.com
Nuestro planeta Tierra está vivo, pues se agita, se mueve, se agrieta y se retuerce a ritmo constante y a veces violentamente mientras sus profundidades encierran cada vez menos misterios y en su superficie los efectos están a la vista, ya que observamos las cicatrices de su convulsión. Hemos confirmado que estamos conviviendo en un entorno en constante cambio y que nuestro mundo respira de forma muy profunda con hálitos que a veces son calmos y otras tempestuosos.

A la par que conocemos cada vez más de nuestro planeta, allende, en las inmensidades del universo, los científicos buscan en otros mundos y con la tecnología disponible rastros de vida: las trazas químicas del agua y otros elementos que denoten atmósferas parecidas a la nuestra. Esto y más es posible hoy porque tenemos los equipos que replican lo conocido de nuestro planeta para buscarlo en otros, tratando de localizar la Tierra 2 y soñando con llegar al mundo de Oz. Conocemos tanto la dinámica de nuestro ciclo vital atmosférico que nos resulta obvio que, si los científicos descubriesen las mismas huellas en otros planetas, la posibilidad de vida inteligente sería muy alta, así que soñaríamos con visitarlos algún día, quizá viajando como Bruce Willis en El Quinto Elemento.
El saber actual nos permite predecir el comporta- miento de nuestro mundo e incluso las estacionalidades que producen sequías, lluvias torrenciales o vendavales catastróficos, pero casi cíclicos. Por ende, las aseguradoras cierran temporalmente la suscripción técnica de los seguros meteorológicos y, para aquellas pólizas que lo permiten por ser de venta masiva, convienen limitantes de temporalidad para que el riesgo se active varios días después de la suscripción, ya que no faltaría aquel que, solo ante la inminencia del peligro, busque el cobijo de un seguro contra ese riesgo. Sin embargo, la irracionalidad de las personas es evidente cuando, habiendo construido un patrimonio y sabiendo que viven en una zona costera donde la recurrencia de un evento dañino es pronosticable, consideran innecesario suscribir de forma voluntaria una protección.
Al final, los fenómenos meteorológicos son simple- mente una cuestión de estadísticas de mediano plazo y las obras materiales deberían resistir el daño esperado. Quien ha invertido millones para vivir, disfrutar o aprovechar un espacio costero no debería tener un problema con destinar unos cuantos miles anuales para protegerlo. Algunas personas tienen su propio paraíso con vista al mar, generalmente tranquilo, y con un clima habitualmente estable y una brisa relajante; otras corren a la menor oportunidad para vivir la experiencia en un acogedor hotel. En cualquier caso, resulta increíble que muchos de estos lugares ni tengan una construcción maciza ni se aseguren. Sabemos que algunas zonas son altamente propensas al daño recurrente, pues cada cierto tiempo serán golpeadas por un huracán, y podemos predecir cuál será la intensidad probable de estos fenómenos, por lo que ciertamente conocemos el peligro; sin embargo, muchos de los que viven en estas zonas pasarán a ser parte de las estadísticas de quienes perdieron todo o casi todo, porque se comportan como si fueran inmunes al peligro, pues, según ellos, durante varios años no ha pasado nada y, además, el seguro es muy caro… ¡Ay, ajá!
