AJUSTES, DAÑOS Y RC

Dimensiones de una catástrofe

Raúl Carlón Campillo / Director general, Tranquilidad y Proyección / tranquilidadyproyeccion@gmail.com

El 25 de octubre, un huracán categoría cinco azotó el entrañable puerto de Acapulco, causando destrozos y devastación en proporciones catastróficas. Cualquier medición que se haga llevará de manera irremediable a catalogar este meteoro como uno de los más destructivos de la historia moderna de México.

El escenario de la tragedia tiene al menos cuatro tipos de protagonistas: Quienes perdieron un familiar, el patrimonio y la estabilidad. Estas personas, además de tener pérdidas humanas y materiales, se quedaron sin un empleo o una fuente de ingresos debido a los destrozos. Por si esto fuera poco, la gestión de la catástrofe sumará a estas familias una causa más para documentar su desgracia, pues a nadie se le escapa la ineptitud e inacción de un gobierno sumido en el lodazal de sus propios intereses, que se aleja de atender las desgracias comunes por estar ocupado en revisar la popularidad de quien insiste en ser el centro de todo. Quienes no perdieron familiares, pero sí el patrimonio y la fuente de ingresos. La primera afirmación que sostienen estas personas es de agradecimiento por estar vivos, con la cual intentan matizar la impotencia que sienten de carecer ahora de todo, me- nos de la vida. Estos protagonistas tendrán que reinventarse, pero al hacerlo tal vez mantengan el recuerdo de su realidad como anécdota e historia de terror y no como experiencia significativa que les permita aprender. Afectados en su patrimonio, pero no en su integridad ni en su trabajo. Algunos actores directos de la catástrofe documentaron con su celular la feroz acción de los vientos y la lluvia, los cuales arrancaron lo que encontraban a su paso y dejaron inhabitables sus propiedades de descanso en edificios de alto valor. La interpretación de estos afectados quedará documentada en imágenes y sonidos del meteoro, que en un futuro serán publicados en redes. Nuevamente la inacción de un gobierno rebasado e inepto llevó a estas personas a sufrir una pérdida mayor, convirtiendo la experiencia en un capítulo de terror posterior al fenómeno. Afectados en su agenda. Quienes tuvieron que cancelar o posponer eventos que se llevarían a cabo en el paradisíaco destino tendrán que asumir las pérdidas económicas ante la imposibilidad de recibir una devolución por la realidad que todas las empresas turísticas sufrieron. La reprogramación de eventos implica, además de la postergación de algo que debió ocurrir, la nula derrama económica que llegará al puerto.

Las percepciones individuales jugarán a favor de las historias que cada quien cuente o haya vivido, pero muchas dejarán el registro de una catástrofe atendida y gestionada de forma nefasta. Habrá quien las documente e incluso edite para volverlas un cortometraje, pero lo verdaderamente trascendente es el aprendizaje que nos deja este huracán. Una de las lecciones más importantes es la previsión indispensable en cualquier parte y momento, sobre todo cuando se vive o se invierte en un destino turístico asentado en una bahía fracturada por fallas geológicas y construido no solo sobre una placa tectónica de alta sismicidad, sino también en una ruta de huracanes y tormentas rodeada por montañas que se desgajan y ahora tanto ocupada como administrada por la delincuencia organizada con la permisividad o hasta el patrocinio del gobierno.

La conducta se rige por la creencia, pero el aprendizaje obliga a modificar esta última para cambiar la primera. ¿Habremos aprendido algo sobre previsión tras este trágico evento como para modificar las creencias en torno al seguro y adoptar la sana práctica de contratarlo?

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