Raúl Carlón Campillo / Director general, Tranquilidad y Proyección tranquilidadyproyeccion@gmail.com
Si crees que hay un error en el título de esta colaboración, estás en lo correcto, pero es a propósito. Desde hace 39 años, septiembre se vive de una forma dual en México. Por un lado, festejamos las fiestas patrias; por el otro, conmemoramos el terremoto del 19 de septiembre de 1985, que marcó la vida de los habitantes de la Ciudad de México, por lo cual ese día no se festeja, sino se teme. Este miedo obedece a la inexplicable coincidencia de los sismos ocurridos en 1985, 2017 y 2022: el 19 de septiembre. Esto motiva el titular “Septiemble” de esta colaboración.
La llegada del mes de la patria nos anticipa el festejo de la noche del 15 en cada uno de los estados, los municipios, las embajadas, los consulados y los hogares donde México tiene presencia alrededor del mundo. Esa noche festejamos el orgullo de ser mexicanos con la pirotecnia y la inigualable variedad gastronómica que nos distingue. Sin embargo, pasados los festejos, el recuerdo de la catástrofe del 19S nos invade y, desde hace siete años, el temor de que un movimiento telúrico ocurra ese día nos angustia.
El problema es que, pasada esa fecha, continuamos con el devenir de nuestras vidas y omitimos acudir a la previsión, a pesar de la certeza de vivir en una zona sísmica, a las faldas de un volcán, encima de un lago y a una altitud de 2.2 millares de metros sobre el nivel del mar. Esto desquicia las neuronas aseguradoras, las cuales advierten que ni las coincidencias ni las catástrofes mueven a la población a asegurar su patrimonio. El sector ha reconocido desde hace décadas la falta de cultura de previsión, que hay en la población, pero solo reconocer esta no revierte la realidad. La intención de asesorar y vender es insuficiente cuan- do se enfrenta la ausencia de cultura y ahora, además, la falta de presupuesto asignado para apoyar a quien resulte damnificado por un evento natural que termine con el patrimonio y la vida de miles de personas. La garantía de que el gobierno en turno, cualquiera que sea su color e ideología, velará por la integridad personal y patrimonial de sus ciudadanos es una asignatura pendiente en nuestro país, por lo que cada quien debe asumir sus pérdidas o, mejor aún, anticiparlas.
La penetración del seguro de hogar es patética, a pesar de que el costo de este producto resulta accesible para millones de propietarios y es bajo en comparación con la indemnización que otorga ante un fenómeno natural catastrófico. Culturizar a la población en temas de previsión es el camino correcto, pero resulta demasiado largo para lograr que se conciba posible y se actúe en consecuencia, lo que nos conduce a insistir en imponer como obligación la cobertura básica y catastrófica de las viviendas e incluirla en el pago del impuesto predial.
El cobro de la cobertura como una obligación permitiría comprar capital en un contrato diseñado para pagar pérdidas y suscrito con las aseguradoras, lo que generaría la simpatía de la población al saber que sus pérdidas las pagarán esas empresas sin la necesidad de que se inscriba en un padrón de damnificados y se vea obligada a aplaudir las acciones del gobierno que la apoyó a cambio de su preferencia en los comicios. ¿Seremos capaces de implementar el seguro obligatorio de viviendas en México?
