Juan Carlos Eugenio Tavera Carrillo / Subdirector de Reaseguro, Seguros B×+ juan.tavera@segurosvepormas.com
Son lamentables los estragos que los sismos de septiembre han dejado en la historia de México, afectando a muchas personas y a nuestro sector asegurador y re- asegurador. De acuerdo con las cifras de la Asociación Mexicana de Instituciones de Seguros (AMIS), el sismo del 19 de septiembre de 2017 costó a nuestro sector 1449 millones de dólares; el del 19 de septiembre de 1985, 1099 millones de dólares, y el del 7 de septiembre de 2017, 699 millones de dólares. Estos tres terremotos están en el top diez de los siniestros históricos del sector asegurador. En este mes que siempre relacionamos con los movimientos telúricos, rememoro lo bueno que nos dejaron estos.
Los sismos nos enseñaron a amar la vida y agradecer a Dios por cada día que estamos con quienes queremos, pues al sentir la incertidumbre que acompaña los temblores entendimos qué significa el amor desmedido a nuestros seres queridos. Además, quienes vivimos esos días nos dimos cuenta de que, aunque somos muchos, fuimos uno, ya que no importó de dónde éramos ni dónde estaba nuestra casa o trabajo, pues daba igual si veníamos de una zona residencial o un barrio popular. Tampoco importó si nos dedicábamos al comercio informal, si trabajábamos en un negocio pequeño o en la mejor empresa, o si teníamos el cargo más alto o bajo en un lugar, porque todos estábamos al lado del otro, compartiendo el miedo y el dolor. En esos días, las ganas de ayudar nos unieron.
Nos dolió profundamente ver caer la capital chilanga, nuestra gran Tenochtitlán. Nos consternó enterarnos de que Puebla y Morelos estaban abatidos. Lloramos al ver que el pueblo mágico de Atlixco tenía pérdidas irreparables. Todos sentíamos compasión y queríamos ayudar. No importó con qué partido político simpatizábamos. Menos nos interesó qué equipo de futbol defendíamos. No pensábamos si las quesadillas van con queso o no. Todos colaboramos hasta que los pies no dieron más, los dedos terminaron destrozados y la ropa quedó llena de polvo. Más allá del origen, el acento, el color de piel y los bienes materiales, ¡fuimos uno!
Recuerdo a mi hija donando la colección de muñecas que le regalé durante su infancia, para devolver la sonrisa a muchas pequeñas que la habían perdido. Hubo gente que donó un millar de despensas y quien solo pudo dar una lata de atún. Fue padrísimo armar las cajas en la Cruz Roja y llenar los camiones de ayuda. Se sintió increíble rescatar las vidas de personas, perritos o gatitos. No importó a qué generación pertenecíamos ni cuáles eran nuestros gustos musicales, pues todos sentimos el dolor y la impotencia que nos volvieron a hacer hermanos y nos enseñaron la resiliencia de la peor manera: sufriendo. ¡Fuimos uno!
Fuimos personas de acero, invencibles, que crecimos en la adversidad. Fuimos los que al levantar el puño pedía- mos silencio y los que, al escuchar un suspiro, trabajamos con fe y ahínco para encontrar vida escarbando las piedras de cemento. Fuimos una gran alma que con el trabajo conjunto gritaba el verdadero sentido patriota y humanitario de un “Viva México”, sin expresarlo. Fuimos seres que no nos ahogamos en lágrimas ante la magnitud de la destrucción. Fuimos quienes nos aferramos y, aun cansados, sacamos fuerzas para pasar de mano en mano los bloques de concreto. Fuimos el terror en la carita de nuestros hijos, el polvo en el aire y los nervios de nuestras mascotas. Fuimos la esperanza de los que perdieron todo, otorgando sin pensar lo que pudimos dar. Fuimos los que no permanecimos indiferentes ante el dolor y los que no nos rendimos ante la tragedia. Fuimos los que bebimos de la misma botella de agua y de esperanza. Fuimos los que, aun ante la devastación, no nos cansamos ni nos dejamos vencer. Fuimos quienes bajo la esperanza de la reconstrucción, mandamos al carajo el protagonismo. Fuimos a quienes nos valió madres el gobierno corrupto, inepto y tonto. Fuimos la fortaleza y la alegría de quien perdió algo o a alguien. Fuimos la esperanza, el soporte, el confidente y el consuelo de quien vio caer su patrimonio o una vida. Fuimos la fuerza de un México que siempre nos motiva para salir adelante en los momentos más difíciles. Fuimos y somos mexicanos. Fuimos y somos un superpoder. ¡Fuimos uno!
No somos ni seremos flojos como a veces quieren pintarnos. Somos un gran pueblo. Somos uno siempre ante la adversidad. Hoy puedo decir: “Qué gran país tengo. Terremotos, no se enorgullezcan, pues nos quitaron menos de lo que recibimos, dimos e hicimos. ¡Viva México!”.
