Dra. Socorro Morales / Dir. Médica Administrativa y de Siniestros de Dictamed, Nocrala Selarom dra.m.s.morales@gmail.com
Sonó la alarma a las 6:15 de la mañana. Helena se levantó de la cama y se dirigió al baño para darse una ducha. Mientras se lavaba el cabello con su shampoo favorito, de aroma a manzana, percibió un ligero dolor en la parte baja del abdomen, exactamente del lado derecho. No le dio la menor importancia. Luego se dispuso a desayunar: preparó unos huevos revueltos con jamón, un pan tostado con mermelada de fresa y una taza de café americano, que tomaba sin azúcar. Al dar el primer bocado, sintió nuevamente el mismo dolor punzante, el cual la hizo soltar un pequeño quejido. Decidió no terminar el desayuno y salir rumbo al trabajo. Helena llegó de buen humor a la oficina, como siempre, saludando con un “buenos días” a sus compañeros. A la una de la tarde, después de dos juntas de trabajo que, para variar, no ofrecieron ninguna solución a los temas pro- puestos, volvió a sentir ese dolor punzante en el lado derecho del abdomen, ahora más intenso. Esta vez, el dolor la hizo encorvarse. Su frente brillaba por el sudor y su mano derecha presionaba con fuerza la pluma que sostenía. Cuando el dolor disminuyó un poco, llamó por teléfono a su hermano Mario para avisarle que iría al hospital. Le pidió que la alcanzara allí, pues se presentaría en Urgencias y allí le solicitarían un familiar responsable que proporcionara los datos de la póliza de gastos médicos mayores. También le pidió que pasara a su casa por la tarjeta de crédito, ya que esta sería necesaria para liquidar el depósito que —según le había comentado su agente de seguros— le solicitarían en caso de ser internada.
Al llegar al hospital, Helena fue ingresada en Urgencias. Varios médicos se presentaron con ella y comenzaron a hacerle preguntas sobre su dolor: “¿Dónde se localiza?”, “¿Qué características tiene?”, “¿Cuándo comenzó?” y “¿Qué medicamentos ha tomado?”. Helena respondió con honestidad la serie de interrogantes. Luego, el personal médico la llevó a realizarse una tomografía. Después de un par de horas, apareció un hombre de unos 40 años, vestido con pijama quirúrgica verde y una bata impecable, sin una sola arruga. Se trataba del doctor Fabricio del Razo, el ginecólogo a cargo del caso de Helena.
El doctor Del Razo explicó a Helena que, de acuerdo con los resultados de la tomografía, tenía un quiste hemorrágico que afectaba su ovario derecho. El tratamiento indicado era una cirugía para realizar la resección del quiste. Él añadió que no había de qué preocuparse, ya que el seguro de gastos médicos mayores cubriría todo. Helena pidió que llamaran a su hermano Mario para que el doctor Del Razo le explicara lo que acababa de decirle. Ya a solas con su hermano, Helena le pidió que se pusiera en contacto con la aseguradora, pues recordaba que Esther, su agente, le había mencionado que en estos casos debía cubrirse un deducible y algunos otros cargos adicionales. Mario siguió sus instrucciones. Helena aceptó someterse al procedimiento. Desde la habitación del hospital, mientras era preparada para la cirugía, hacía llamadas en un esfuerzo por dejar todo en orden, como había solicitado su jefe, pues ella no paraba de preocuparse por los pendientes del trabajo.
Horas más tarde, fue trasladada en camilla al quirófano, guiada por un joven camillero y una enfermera. Un médico se presentó con ella como el anestesiólogo. Eso fue lo último que quedó grabado en su mente antes de perder la conciencia. Al despertar, estaba conectada a diversas mangueras y a un monitor, cuyo sonido agudo y sostenido —piii, piii, piii—, que marcaba su presión, respiración y ritmo cardíaco, jamás abandonaría su memoria.
Se acercó una enfermera, de la que solo se distinguían los ojos color café. Ella parecía sonreírle detrás del cubrebocas, pero Helena, sintiéndose agitada, preguntó: “¿Qué sucedió?”. La enfermera le respondió con suavidad que más adelante el doctor le explicaría. Resultó que la cirugía se había complicado, por lo cual le habían retirado el quiste, el apéndice y una parte del intestino. Helena se sintió en otra dimensión y no sabía qué decir, pues solo se cuestionaba cómo una cirugía podía haberse complicado tanto. Ella tenía más preguntas que respuestas.
Una vez fuera del hospital, Helena comenzó a recapitular lo sucedido: tenía una deuda en la tarjeta de crédito, un jefe al que solo le importaban los resultados y un médico que le daba respuestas evasivas cuando le preguntaba qué había pasado durante la cirugía.
Esther le explicó que solo se cubrieron los honorarios relacionados con el diagnóstico de quiste de ovario porque no existía una justificación médica para la extracción del apéndice y la resección intestinal. Helena aceptó la respuesta y se sintió decepcionada del médico.
La asegurada tardó varios meses en recuperarse físicamente. Durante ese tiempo pensaba en encontrarse con el doctor Del Razo para decirle más de tres improperios, pero al final solo agitaba la cabeza, suspiraba… y sonreía. Ocho meses después de aquel evento, Helena comía en un restaurante con unos amigos. Ella pidió salmón en mantequilla de hierbas y una copa de vino. Cuando se disponía a dar el primer bocado, escuchó unas risas muy fuertes en la mesa de al lado. Al voltear, descubrió con sorpresa que se trataba del doctor Del Razo, acompañado de tres personas. A Helena se le llenaron lo ojos de lágrimas. Ella tomó un trago de vino, se levantó de su silla, se disculpó con sus amigos, se dirigió a la mesa contigua, se puso de pie frente al doctor y le preguntó: “¿Se divierte?”.
