Nuestra dolorosa realidad
Arturo Miranda Tapia / Director, Addvalora Global Loss Adjusters México
A las 14:20 h del 10 de septiembre de 2025, la explosión de la pipa de gas en el Puente de la Concordia, Iztapalapa, a la cual estaría lejos de llamar accidente, nos confrontó con una realidad dolorosa: la fragilidad de la vida frente a riesgos que, aunque previsibles, siguen tratándose como inevitables. Este suceso no solo dejó víctimas y daños materiales, sino también reveló una situación más profunda: la distancia abismal entre el gobierno, las empresas aseguradas o no, las instituciones de seguros y la sociedad. El vacío de confianza se agranda con cada tragedia y muestra lo lejos que estamos de construir una verdadera cultura de seguridad y prevención, que es posible.
Falsa normalidad del riesgo
En lugares como la CDMX, el transporte de sustancias peligrosas se ha vuelto parte de la cotidianidad. Pipas de combustibles, unidades con materiales altamente tóxicos, camiones de carga muy pesada y trenes sin las condiciones óptimas circulan entre los automovilistas, los peatones y las viviendas. La ciudadanía observa este fenómeno con normalidad, como si la exposición constante al peligro fuese inevitable. Sin embargo, los riesgos no son un destino trágico, sino el reflejo de decisiones —o indecisiones— que se toman desde el gobierno, desde las empresas y desde la sociedad que calla y tolera.
La explosión en Iztapalapa nos recuerda que no se trata de accidentes imprevisibles, sino de consecuencias de protocolos mal diseñados, inspecciones inexistentes, seguros insuficientes y compromisos que se firman en papel, pero no se ejecutan en la práctica.
Seguros: diferencia entre perderlo todo o recuperarse
El seguro debería ser un mecanismo de confianza, pero hoy no lo es. Para las empresas, significa garantizar la continuidad de su operación y responder frente a terceros; para la sociedad, es la certeza de que, en caso de verse afectados, tendrán una reparación justa y oportuna. Sin embargo, en México, la contratación de seguros con coberturas amplias sigue viéndose como un gasto y no como una inversión.
¿Qué ocurre cuando una pipa explota y destruye vidas humanas, automóviles y viviendas, afectando la vida de cientos o miles de familias? Si no hay pólizas adecuadas de responsabilidad civil y daños a terceros, las víctimas quedan atrapadas en un laberinto burocrático, esperando que alguien se haga responsable. La espera dura años y, de acuerdo con los hechos que nos arroja la historia, nunca se traduce en una indemnización y menos en una reparación del daño.
El seguro es un reflejo de la seriedad con la que asumimos la responsabilidad social. Aquí la distancia entre las empresas, las instituciones de seguros y la sociedad se hace evidente: mientras algunos buscan abaratar costos, las personas afectadas terminan pagando el precio más alto.
Gobierno: regulador ausente y cómplice silencioso
La función del gobierno no debería limitarse a llegar después del siniestro con bomberos, ambulancias, policías, listas de heridos y fallecidos, discursos de condolencias y, peor aún, dinero o despensas, para “demostrar compromiso”. Su papel central está en la prevención: inspeccionar, regular, sancionar, exigir pólizas adecuadas, garantizar que las rutas de transporte de sustancias peligrosas minimicen los riesgos para la población y mantener tanto las calles como las vialidades sin baches ni alcantarillas abiertas que, hasta en los maratones, han ocasionado la caída de atletas.
Vemos en repetidas ocasiones un aparato gubernamental lento y reactivo, que muchas veces está capturado por los intereses ideológicos y políticos. En lugar de cercanía con la ciudadanía, el gobierno proyecta distancia, burocracia y promesas incumplidas. La gente no confía en que la autoridad los protege; al contrario, sabe que solo aparece cuando la desgracia ya está consumada.
Eventos como el ocurrido en el Puente de la Concordia hacen imposible de entender por qué en México solo se encuentra asegurado un 27 % del parque vehicular. Empresas: rentabilidad sobre responsabilidad Las empresas de transporte suelen operar bajo la lógica de la eficiencia económica: minimizar costos y maximizar ganancias. Esto se traduce en menos inversión en la administración de riesgos, lo cual afecta el mantenimiento y renovación de las unidades, la capacitación a conductores, la implementación de medidas de prevención y la adquisición de pólizas de seguros con coberturas y sumas adecuadas. En el peor de los casos, hay una ausencia total de seguros. Cada peso ahorrado en prevención se convierte en un riesgo multiplicado para la sociedad. Cuando la tragedia ocurre, muchas veces estas empresas carecen de la capacidad o la voluntad de responder. La distancia entre lo que prometen en discursos y lo que hacen en la práctica es la brecha que erosiona la confianza ciudadana.
Participación del sector asegurador
En distintos foros del sector asegurador se repite con cierta frustración que el mercado de seguros en México no alcanza el porcentaje del PIB que tienen otros países latinoamericanos y mucho menos el que poseen los desarrollados. Sin embargo, mientras se siga formulando la pregunta incorrecta y no se atienda las verdaderas causas, será difícil lograr ese crecimiento.
Para cambiar la percepción del mercado donde gran parte de la población y muchas empresas siguen sin ver el segu- ro como una inversión indispensable, se requiere al menos:
1. Promover los beneficios del seguro (cultura de aseguramiento y prevención). Para que la sociedad y las empresas vean el seguro como una inversión indispensable, no como un gasto.
2. Productos accesibles y comprensibles. Adaptados a distintos segmentos sociales y empresariales.
3. Innovación continua en coberturas. Incluyendo transporte de materiales peligrosos, interrupción de actividades urbanas y daños comunitarios.
4. Procesos de indemnización ágiles y sencillos. Se debe evitar los trámites interminables y proteger de forma efectiva a las víctimas.
5. Colaboración estrecha con el gobierno. Esto implica establecer la obligatoriedad de los seguros en actividades de alto riesgo.
6. Transparencia y comunicación pedagógica.
Para generar confianza y claridad en el asegurado.
7. Inclusión financiera. Para fortalecer la accesibilidad económica de la población y los micronegocios.
8. Tecnificación e inteligencia de datos. Para evaluar los riesgos con mayor precisión y anticiparse a ellos.
Sociedad: entre la resignación y la exigencia La ciudadanía suele ser la más afectada y, paradójicamente, la menos organizada para exigir. Vivimos expuestos a riesgos que no decidimos asumir, como explosiones, fugas, incendios, robos y fraudes. Sin embargo, por falta de información, educación en prevención o mecanismos efectivos de denuncia, la población opta por la resignación.
La distancia entre la sociedad y las instituciones públicas encargadas de fiscalizar, investigar y sancionar se refleja en un sentimiento común:“Nadie nos va a responder”.Esta percepción, más que cualquier accidente, es la verdadera tragedia nacional, porque erosiona la confianza en los instrumentos de previsión, la prevención de riesgos y la justicia, que son posibles.
Grandes acontecimientos deben dejar grandes lecciones: aprendizaje es acción
Cerrar la brecha entre el gobierno, las empresas, las instituciones de seguros y la sociedad no es una alternativa, sino una necesidad urgente. Para lograrlo, se requieren acciones concretas:
• Gobierno.
Pasar de la reacción a la prevención con inspecciones rigurosas, sanciones firmes y políticas públicas que estén libres de ideologías y que obliguen a las empresas a garantizar la seguridad y adquirir seguros integrales. •
Empresas.
Reconocer que la rentabilidad solo es sostenible si se construye sobre la responsabilidad social, la transparencia y el cumplimiento irrestricto de normas.
• Instituciones de seguros.
Poner al asegurado en el centro de su estrategia y ofrecer una propuesta de valor traducida en operación e innovación, porque competir por precio solo refleja la carencia de una estrategia.
• Sociedad.
Dejar la resignación y exigir derechos, seguros claros, protocolos de prevención y sanciones efectivas para quienes incumplen.
La explosión en el Puente de la Concordia es un recordatorio de que la distancia entre los actores se paga con vidas humanas. El camino hacia la cercanía y la confianza requiere valentía de las empresas para asumir su responsabilidad, del gobierno para ejercer su autoridad y de la sociedad para no conformarse con la indiferencia.
Conclusión
Cada tragedia debería convertirse en un punto de inflexión. Si no aprendemos de estos episodios y los traducimos en acciones, repetiremos la historia con nuevas víctimas y más desconfianza. La explosión en Iztapalapa no debe quedar en un titular olvidado, sino ser el detonante de una transformación cultural: pasar del “nadie responde” al “todos asumimos nuestro rol y responsabilidad”. La seguridad que induce a un desarrollo y crecimiento con certidumbre y confianza no se decreta, sino se construye.
