Seguros

Los monstruos no siempre salen de los bosques ni de las sombras

Lyndsay Garnica / Asociada senior, DAC Beachcroft lgarnica@dacbeachcroft.com

La industria del seguro —ese universo que busca ponerle número al caos— convive a diario con lo desconocido. Pero hay días, noches y expedientes, en los que la realidad roza lo fantástico, y casos donde la causalidad se disfraza, los hechos se bifurcan y el ajuste de pérdidas se convierte en una historia digna de un cuento de terror.

El fantasma del hangar vacío

Recuerdo el caso de un yate lujoso que desapareció en África Occidental. Los informes oficiales hablaban de una confiscación judicial, pero las versiones extraoficiales susurraban otra cosa: operación clandestina, navegación sin plan de ruta y cargamentos sospechosos. La embarcación reapareció desmantelada meses después, mostrando números de serie alterados y rastros de polvo metálico en los compartimentos. Nadie la había visto, pero todos habían escuchado de ella. Para el asegurador, la pregunta no era qué pasó, sino qué versión estaba asegurada.

Los expedientes de siniestros como ese son cementerios de teorías: unas mueren en auditoría; otras resucitan en tribunales. La verdad, como los espectros, rara vez se presenta de forma lineal.
La maldición de la carga desaparecida

Hubo también un buque que zarpó de un puerto del Mediterráneo con destino a América del Sur. Cargaba maquinaria industrial asegurada bajo una póliza “todo riesgo”. Días después, la nave reportó averías en medio de una tormenta y arribó con parte de la carga perdida. Parecía un siniestro más, pero al abrir los contenedores los pe- ritos hallaron piezas sustituidas, sellos falsificados y documentos de embarque manipulados. Los registros satelitales revelaron que el buque había hecho una escala no declarada en un puerto fantasma del norte de África. El reclamo no era de pérdida, sino de engaño disfrazado de tormenta.

En los tribunales, los abogados discutían sobre la aplicación de la cláusula de fraude, mientras en los despachos de reaseguro alguien murmuraba: “El mar nunca miente, pero sus testigos sí”.

El expediente del fuego eterno

En una aseguradora, circulaba la historia de un expediente “maldito”. Cada vez que alguien intentaba cerrarlo, surgía una nueva reclamación, una auditoría o una demanda. Era un caso de incendio industrial aparentemente simple, pero en las imágenes térmicas había un patrón extraño: una fuente de calor que persistía horas después de extin- guido el fuego. Nadie lo notó hasta que un recién llegado cruzó los datos con un informe de mantenimiento y descubrió que el incendio pudo haber sido provocado desde dentro. El expediente se reabrió. Con él se halló una cadena de responsabilidades que llevó años desenredar.

Al final, la pérdida se pagó, pero la lección quedó flotando: en el mundo del siniestro, el verdadero terror no es el fuego, sino lo que arde detrás de la versión oficial. Conclusión

Podría pensarse que estas historias son anécdotas, pero en realidad son advertencias. En cada siniestro complejo hay un elemento que se resiste a la explicación: el fac- tor humano. El miedo —ese instinto primitivo que suele asociarse con el peligro— tiene, paradójicamente, un rol técnico, pues nos alerta sobre inconsistencias y nos obliga a revisar cada línea del reporte, a dudar de los obvios y a buscar la historia que no se contó.

En Noche de Brujas y Día de Muertos, el mundo se disfraza para jugar con sus miedos. En seguros y siniestros, aprendemos a convivir con ellos, porque, mientras unos huyen del misterio, nosotros lo documentamos, lo cuantificamos y lo transformamos en aprendizaje.

El ajuste de siniestros es, en el fondo, un exorcismo: se destierra la incertidumbre del expediente para devolver al riesgo su forma racional. Aunque nunca falta quien jura haber visto “algo” en los informes —un patrón imposible o un dato espectral—, cada caso, por más oscuro que parezca, ilumina un poco más nuestra comprensión del riesgo. Después de todo, lo verdaderamente escalofriante no es el siniestro que llega sin aviso, sino aquel que creímos cerrado y aún respira bajo la tinta.

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