Seguros

Tu pensión en una sociedad que envejece

Mauricio G. Arredondo Fernández Cano* Director general, CEI / marredondo@examencei.com.mx

En los artículos anteriores de esta serie hemos planteado cinco enfoques para repensar los sistemas de pensiones. Ya analizamos cómo los sesgos de la economía del comportamiento influyen en las decisiones de ahorro y cómo el empleo determina las trayectorias previsionales. Ahora toca abordar un ángulo ineludible: la economía del envejecimiento, el marco que explica cómo los cambios demográficos están transformando las bases de la economía y de la protección social.

El envejecimiento poblacional no es una sorpresa, sino la consecuencia natural del progreso. Vivimos más años gracias a los avances en salud, educación y condiciones de vida. Pero este logro histórico genera un profundo desafío: nuestras instituciones, diseñadas para un mundo más joven y con menor esperanza de vida, no han cambiado al ritmo adecuado. En México, las personas mayores de 65 años pasarán de representar el 7.6 % de la población a ser más del 17 % en 2050. Por tanto, en menos de treinta años habrá más adultos mayores que niños pequeños. Este cambio modifica todo: la forma en que trabajamos, consumimos, ahorramos y producimos. La economía del envejecimiento estudia precisamente estas transformaciones, analizando cómo una sociedad que envejece afecta el crecimiento, el mercado laboral, las finanzas públicas, las pensiones y la equidad entre generaciones. Ya no se trata solo de un asunto demográfico, sino también de un tema económico, político y social. Una población con menos jóvenes cotizando y más adultos mayores retirados implica menos ingresos y más gasto público. El equilibrio entre generaciones, que durante décadas sostuvo la seguridad social, se está rompiendo lentamente.

El impacto económico del envejecimiento es múltiple. Por un lado, reduce la proporción de personas en edad productiva, lo que presiona la oferta laboral y puede frenar el crecimiento. Por otro, cambia los patrones de consumo, pues se gasta menos en vivienda o educación y más en salud, medicamentos y cuidados, y disminuye la tasa de ahorro nacional porque las personas mayores comienzan a desacumular sus recursos. Todo esto repercute en la inversión, la productividad y el dinamismo de la economía.
A nivel fiscal, la presión es evidente. El gasto en pensiones y salud crece más rápido que los ingresos públicos, y la base contributiva se estrecha por la informalidad y la baja densidad de cotización. México, incluso con un sistema de contribución definida, enfrenta compromisos crecientes por las pensiones del régimen anterior y por el aumento de las pensiones no contributivas, que representan una carga fiscal cada vez mayor. Estos programas cumplen un objetivo social indispensable: garantizar un ingreso mínimo en la vejez, pero también implican una presión sostenida sobre las finanzas públicas. De ahí surge un desafío central de equidad intergeneracional: ¿cómo asegurar que los sistemas actuales sean sostenibles sin trasladar cargas fiscales excesivas a las generaciones jóvenes?

Frente a esta realidad, la respuesta no puede reducirse a recortar beneficios o elevar edades de retiro. Se requiere una nueva visión: concebir la longevidad como un activo y no como una carga. Una vida más larga puede ser una oportunidad para extender la participación laboral, promover el envejecimiento activo y desarrollar la economía plateada —ese conjunto de bienes, servicios y actividades vinculados al bienestar de las personas mayores, que pue- de convertirse en un motor de crecimiento e innovación—. La economía del envejecimiento no trata solo de quienes hoy son adultos mayores, sino de todos nosotros porque vamos en camino de ser uno de ellos. Por eso, más que un problema demográfico, es una llamada a repensar cómo organizamos la vida, el trabajo y la protección social a lo largo del ciclo vital. Adaptar los sistemas de pensiones, de salud y de cuidados a una sociedad más longeva es una tarea urgente, pero también una oportunidad para construir un modelo más justo, solidario y sostenible. Envejecer es inevitable, pero hacerlo con dignidad es una decisión colectiva. Veamos la economía del envejecimiento no como una carga, sino como el siguiente paso del desarrollo humano. El reto no es vivir más, sino mejor. Para lograrlo, debemos rediseñar las instituciones que nos acompañarán durante la vejez. El verdadero progreso se mide no solo por cuánto crecemos, sino también por cómo cuidamos a quienes han hecho posible nuestro presente.

* Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la posición del Centro de Evaluación para Intermediarios o del Colegio Nacional de Actuarios.

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